martes, 31 de agosto de 2010

Pedazo

Parecían unidos por una extraña complicidad infantil, una tortura verbal que les mantenía todo el rato sonrientes y bastante pelmas, y se entendían en un idioma bobalicón que no es de este mundo, unas señas y una lengua que sólo hablan los niños y los locos. Él recitaba versos con su voz nasal e impertinente, y ella, viviendo como siempre entre dos aguas, la de la fraternidad y la del ensueño, intentaba imitarle en énfasis romántico y en las ínfulas poéticas.-